domingo, 29 de diciembre de 2013

La dimensión espiritual y la existencia del sentido

Tras las escuelas de Freud y Adler, cuya visión antropológica reduce el hombre a biología y a sociedad respectivamente, la logoterapia de Frankl constituye la tercera escuela vienesa de psicoterapia, abriéndose a una dimensión que las dos anteriores menospreciaban y negaban como ilusoria: la dimensión espiritual. Freud redujo al hombre a una simple máquina biológica y sensible, que funciona como un juguete de los impulsos libidinales, meras reacciones químicas, y todo lo que no fuera de esta naturaleza, era negado como una ilusión fantasmagórica. Adler advirtió que el hombre no sólo era biología, sino que también era cultura: el hombre es un ser social. Por tanto, no tiene únicamente pasiones biológicas, sino también sociales. De este modo, con su visión negativa de la humanidad, defendió que lo propio del hombre era su voluntad de poder: es el poder lo que lleva al hombre a actuar como actúa, aunque disfrace su ansia de poder con la máscara de la bondad. Y todo lo que no formase parte de la biología o la sociedad, era negado. Finalmente, Frankl, asumiendo las dimensiones corporal y social del hombre, abrió su mente hacia una nueva dimensión, hasta ahora denostada por buena parte de la ciencia y la filosofía. Critica a las dos anteriores escuelas por su reduccionismo y su parcialidad: “A mí me da la impresión de que el desenmascaramiento que pone en práctica, ya de antemano, el reduccionismo, con su frase estereotípica del ‘nada más que’, proporciona a muchas gentes un declarado placer masoquista.”

Desde la logoterapia no se ve al hombre como un juguete de la libido sexual ni como un ser movido por su irracional ansia de poder, sino como un ser en busca de sentido. En otras palabras, lo propio del hombre no es la voluntad de placer ni la voluntad de poder, sino la voluntad de sentido. El hombre tiene necesidad de dar un sentido a su existencia, más allá de satisfacer impulsos biológicos o de atraer para sí el poder de una sociedad. Freud ‘desenmascara’ al hombre mediante el descubrimiento y el estudio del inconsciente. Frankl no rechaza la importancia del inconsciente freudiano, la libido que está detrás de muchas de las manifestaciones de las actividades psíquicas de los hombres. No obstante, no se queda ahí, sino que defiende la existencia de otro inconsciente que, argumenta, ha sido olvidado por los psiquiatras, lo cual ha propiciado la incapacidad de éstos para hacer frente a la generalizada neurosis por falta de sentido, tan presente en el siglo XX (y ya en el XXI). Se trata del inconsciente espiritual. Lo más propio del hombre está en su dimensión espiritual (Frankl usa el término griego νοῦς), y ésta no es nada ilusorio e irreal, sino perfectamente real. Y, además, natural, porque el hombre es espiritual por naturaleza. 

Que el hombre sea espiritual por naturaleza no ha sido algo extraño a lo largo de la historia. De hecho, la propia formulación de los derechos humanos hunde sus raíces en esta concepción: aún se habla de derecho natural. Desde la Ilustración, no obstante, los filósofos fueron distinguiendo cada vez más la naturaleza de la libertad, hasta llegar al extremo de que una se contrapuso a la otra. En el ámbito cognoscitivo se distinguió entre lo que se podía conocer mediante el método científico, a lo que se llamó naturaleza, y lo que quedaba más allá de nuestro conocimiento científico, a lo que se llamó reino de la libertad (Kant). Esta concepción puramente gnoseológica se extendió a otros ámbitos de la vida humana, provocando una escisión entre naturaleza y espíritu. Así se pusieron las bases del positivismo cientificista, del que beben Freud y Adler, que, proclamando que no hay nada fuera de la naturaleza, descartaron la dimensión espiritual del hombre y la tacharon de ilusoria, de elucubraciones mágicas. Frankl amplía el concepto de naturaleza, incluyendo en ella la dimensión espiritual: el hombre es naturalmente espiritual, es naturalmente libre. Esta visión no es nueva de Frankl, pues las antropologías medievales y, en la Ilustración, de los escolásticos españoles, entre otras muchas corrientes, concebían al hombre como ser naturalmente libre. Esta dimensión espiritual, incluida en la naturaleza humana, es la fundamental: es en ella donde el hombre puede integrarse a sí mismo en una unidad y puede, por tanto, realizarse plenamente y encontrar la verdadera alegría. 

Tal vez lo más interesante de la logoterapia es que, para tener sentido ella misma, necesita afirmar la realidad ontológica de la dimensión espiritual del hombre, no como algo que haya que tomar en cuenta como si fuera cierto, como parte del lenguaje popular, sino como algo realmente cierto. No como un constructo social, sino como una sustancia natural que está ya ahí. Y la búsqueda del sentido tiene lugar en esta dimensión, porque el sentido (λόγος) mora en el espíritu. No está nunca de más recalcar que no se trata de que debamos actuar como si el sentido existiera, sino que debemos entender que el sentido existe, y no como una invención, sino como algo que tenemos que descubrir en nuestro espíritu. Porque, según dice Frankl, “el sentido no puede darse, sino que debe descubrirse”, “el sentido debe descubrirse, pero no inventarse”, “el sentido no sólo debe, sino que también puede encontrarse”. Y de estas tres sentencias que él nos proporciona como características formales del sentido, se deduce la principal característica formal del sentido, fundiéndose las tres en una sola: el sentido existe.

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