domingo, 2 de marzo de 2014

El Gran Inquisidor



Si en La rebeldía de Iván Karamázov reflexionamos sobre lo dicho por Dostoievski en el capítulo “Rebeldía” de Los hermanos Karamázov, hoy haremos lo propio con uno de los pasajes más conocidos de la historia de la literatura: “La leyenda del Gran Inquisidor". Esta leyenda plantea la posibilidad de la identificación de la libertad con lo puramente material y social a través de la figura de un inquisidor de Sevilla que tienta a Jesús, que ha vuelto a encarnarse en pleno siglo XVI. Una madre le pide la resurrección de su hija, que acababa de morir, y Jesús le realiza el milagro. El inquisidor ordena su detención y ya en la celda acude a hablar con él. Jesús vino a hacer libres a los hombres, pero el inquisidor entiende que éstos no pueden serlo, porque les resulta doloroso: Tu quieres irle al mundo, y le vas, con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza y cortedad de luces, ni imaginar pueden, que les infunde horror y espanto. El precio de la libertad es demasiado claro, y apuesta por un control político absoluto en la vida de los hombres. El estado asume así la libertad humana y hace de los ciudadanos un rebaño de ovejas completamente dependientes. Recordando las palabras que el diablo en el desierto profirió, el inquisidor vuelve a tentar a Jesús y a reprocharle que no hubiera cedido: ¿Para qué morir por una libertad que los hombres no quieren?

La primera tentación intenta conciliar el bienestar material con la libertad. El gran inquisidor observa con compasión a los hombres y, puesto que la libertad es tan difícil y tan dolorosa para unas criaturas tan débiles, opta por un sistema de cosas en el que se provea de todas las comodidades materiales a los ciudadanos. Podríamos decir que se trata de una sociedad consumista como la actual, en la que el consumo obedece a la realización de los impulsos inmediatos y que, según el inquisidor, produce en los ciudadanos la felicidad. Se trata de mantener a los hombres entretenidos en un ambiente placentero, para que no se tengan que enfrentar con su propia libertad. Los hombres no se preocuparán de ser libres si tienen qué comer y cómo satisfacer sus necesidades materiales. Es la libertad entendida desde el más burdo materialismo. La segunda tentación consiste en hacer depender la fe de los hombres de pruebas, de milagros. Esta fe está carente de libertad y, por tanto, no considera al hombre capaz de creer por sí mismo. El inquisidor recrimina a Jesús que hubiera rechazado esta tentación: Cuando el terrible y sapientísimo espíritu te elevó a lo alto del templo y te dijo: ‘Si quieres saber si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque se ha dicho de Aquél que los ángeles lo cogerán y lo sostendrán y no caerá en tierra ni se destrozará, y demostrarás así cuánta es tu fe en tu Padre. (…) Tú no bajaste de la cruz cuando te gritaron: ‘¡Baja de la cruz y creeremos que eres tú!’ Tú no descendiste, tampoco, porque también entonces rehusaste subyugar al hombre por el milagro y estabas ansioso de fe libre. Se trata de un razonamiento que está muy extendido: si existes, dame una señal, y si no das señal, es que no existes. Este razonamiento tiene poca confianza en la capacidad del hombre de creer sin la existencia de pruebas extraordinarias. La tercera tentación alude al poder político: el inquisidor reprocha a Jesús que no haya resuelto asumir el trono del reino terrestre y gobernar con la ley a los hombres no como personas, sino como individuos de una sociedad, de tal manera que los hombres no hagan el bien por propia convicción sino por obediencia a la ley o por miedo al castigo. En resumen, las tres tentaciones son los placeres materiales, la necesidad de milagros y el poder político. 

            En La rebeldía de Iván Karamázov expusimos dos modelos de redención: el reino de Dios en la tierra, que sólo vivirán unas generaciones futuras y las anteriores quedan fuera, y el reino de Dios al final de los tiempos, que rescata consigo a todas las generaciones que han sufrido a lo largo de la historia y les da la felicidad eterna. El capítulo del Gran Inquisidor añade un nuevo estado de cosas: la armonía en la tierra aquí y ahora, el paraíso de los placeres y las satisfacciones inmediatas de las necesidades materiales. Berdiáev, filósofo del siglo XX al que hemos aludido en más de una ocasión, medita estas palabras de Dostoievski, su ‘maestro espiritual’, y concluye que hay tres soluciones al problema del mal y del triunfo definitivo del bien: “1º, la armonía, el Paraíso, la vida en el seno del bien proporcionados sin libertad, sin tragedia universal, sin sufrimiento ni esfuerzo creador (la opción que presentará el Gran Inquisidor); 2º la armonía, el Paraíso, la vida en el seno del bien, producidas en el futuro dentro de la historia terrestre, comprados al precio de sufrimientos sin nombre y de las lágrimas de todas las generaciones humanas muertas en el intento, y que sólo servirá para las generaciones futuras (postura defendida por los marxistas y rechazada por Iván Karamázov); 3º, la armonía, el Paraíso, la vida en el seno del bien, a los que llega el hombre a través de la libertad y el sufrimiento, dentro de un plan que incluye también a los seres que ya han sufrido, es decir, en el Reino de Dios.”

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