Si en La rebeldía de Iván Karamázov reflexionamos sobre lo dicho por
Dostoievski en el capítulo “Rebeldía” de Los
hermanos Karamázov, hoy haremos lo propio con uno de los pasajes más
conocidos de la historia de la literatura: “La leyenda del Gran Inquisidor". Esta leyenda plantea la
posibilidad de la identificación de la libertad con lo puramente material y social a través de la figura de un inquisidor de Sevilla que tienta a
Jesús, que ha vuelto a encarnarse en pleno siglo XVI. Una madre le pide la
resurrección de su hija, que acababa de morir, y Jesús le realiza el milagro. El
inquisidor ordena su detención y ya en la celda acude a hablar con él. Jesús vino
a hacer libres a los hombres, pero el inquisidor entiende que éstos no pueden
serlo, porque les resulta doloroso: Tu
quieres irle al mundo, y le vas, con las manos desnudas, con una ofrenda de
libertad que ellos, en su simpleza y cortedad de luces, ni imaginar pueden, que
les infunde horror y espanto. El precio de la libertad es demasiado claro,
y apuesta por un control político absoluto en la vida de los hombres. El estado
asume así la libertad humana y hace de los ciudadanos un rebaño de ovejas
completamente dependientes. Recordando las palabras que el diablo en el
desierto profirió, el inquisidor vuelve a tentar a Jesús y a reprocharle que no
hubiera cedido: ¿Para qué morir por una libertad que los hombres no quieren?
La primera tentación intenta conciliar
el bienestar material con la libertad. El gran inquisidor observa con compasión
a los hombres y, puesto que la libertad es tan difícil y tan dolorosa para unas
criaturas tan débiles, opta por un sistema de cosas en el que se provea de
todas las comodidades materiales a los ciudadanos. Podríamos decir que se trata
de una sociedad consumista como la actual, en la que el consumo obedece a la
realización de los impulsos inmediatos y que, según el inquisidor, produce en
los ciudadanos la felicidad. Se trata de mantener a los hombres entretenidos en
un ambiente placentero, para que no se tengan que enfrentar con su propia
libertad. Los hombres no se preocuparán de ser libres si tienen qué comer y
cómo satisfacer sus necesidades materiales. Es la libertad entendida desde el
más burdo materialismo. La segunda tentación consiste en hacer depender la fe
de los hombres de pruebas, de milagros. Esta fe está carente de libertad y, por
tanto, no considera al hombre capaz de creer por sí mismo. El inquisidor
recrimina a Jesús que hubiera rechazado esta tentación: Cuando el terrible y sapientísimo espíritu te elevó a lo alto del
templo y te dijo: ‘Si quieres saber si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque
se ha dicho de Aquél que los ángeles lo cogerán y lo sostendrán y no caerá en
tierra ni se destrozará, y demostrarás así cuánta es tu fe en tu Padre. (…) Tú
no bajaste de la cruz cuando te gritaron: ‘¡Baja de la cruz y creeremos que
eres tú!’ Tú no descendiste, tampoco, porque también entonces rehusaste
subyugar al hombre por el milagro y estabas ansioso de fe libre. Se trata
de un razonamiento que está muy extendido: si existes, dame una señal, y si no
das señal, es que no existes. Este razonamiento tiene poca confianza en la
capacidad del hombre de creer sin la existencia de pruebas extraordinarias. La tercera
tentación alude al poder político: el inquisidor reprocha a Jesús que no haya
resuelto asumir el trono del reino terrestre y gobernar con la ley a los
hombres no como personas, sino como individuos de una sociedad, de tal manera que
los hombres no hagan el bien por propia convicción sino por obediencia a la ley
o por miedo al castigo. En resumen, las tres tentaciones son los placeres
materiales, la necesidad de milagros y el poder político.
En La rebeldía de Iván Karamázov expusimos
dos modelos de redención: el reino de Dios en la tierra, que sólo vivirán unas
generaciones futuras y las anteriores quedan fuera, y el reino de Dios al final
de los tiempos, que rescata consigo a todas las generaciones que han sufrido a
lo largo de la historia y les da la felicidad eterna. El capítulo del Gran
Inquisidor añade un nuevo estado de cosas: la armonía en la tierra aquí y
ahora, el paraíso de los placeres y las satisfacciones inmediatas de las
necesidades materiales. Berdiáev, filósofo del siglo XX al que hemos aludido en
más de una ocasión, medita estas palabras de Dostoievski, su ‘maestro espiritual’,
y concluye que hay tres soluciones al problema del mal y del triunfo definitivo
del bien: “1º, la armonía, el Paraíso, la vida en el seno del bien
proporcionados sin libertad, sin tragedia universal, sin sufrimiento ni
esfuerzo creador (la opción que presentará el Gran Inquisidor); 2º la armonía,
el Paraíso, la vida en el seno del bien, producidas en el futuro dentro de la
historia terrestre, comprados al precio de sufrimientos sin nombre y de las
lágrimas de todas las generaciones humanas muertas en el intento, y que sólo
servirá para las generaciones futuras (postura defendida por los marxistas y
rechazada por Iván Karamázov); 3º, la armonía, el Paraíso, la vida en el seno
del bien, a los que llega el hombre a través de la libertad y el sufrimiento,
dentro de un plan que incluye también a los seres que ya han sufrido, es decir,
en el Reino de Dios.”
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