domingo, 18 de mayo de 2014

El lugar del sentido natural






Ya comentamos en la anterior entrada que la filosofía que se generó alrededor de los debates cristológicos nos ha legado un análisis minucioso del hombre, desarrollado por algunos autores que se adentraron en las profundidades de la existencia humana. Uno de ellos, en el que normalmente me baso, es San Máximo el Confesor, quien combatió en el siglo VII contra la herejía monotelita. En sus categorías antropológicas me basé para distinguir en el hombre dos tipos de sentido: el sentido natural y el sentido personal, según pertenezca a la naturaleza o a la persona. En esta entrada nos vamos a detener en el sentido natural: todos, en cuanto humanos, recibimos una vocación de felicidad. 

Máximo distingue dos voluntades en el hombre, según corresponda a la naturaleza (φύσις) o a la persona (ὑπόστασις). Hay, por tanto, una voluntad natural (θέλημα φυσικόν) y una voluntad personal, también conocida como voluntad gnómica, por el término griego γνώμη (gnóme), que significa disposición del ánimo. Pero hoy nos detenemos en la vocación que el hombre posee por naturaleza, el fin de la existencia humana en tanto que humana, que ya comentamos en El sentido, la naturaleza y la persona que es la felicidad. Máximo usa la expresión λόγος τῆς φύσεως (lógos tés físeos) para referirse al lógos de la naturaleza o, en otras palabras, el sentido de la naturaleza. Es decir, lo que nosotros aquí denominamos sentido natural. Y a este sentido accede el hombre por una tendencia que alberga en sí por naturaleza hacia dicha culminación: la voluntad natural. Por tanto, resumiendo, hay en el hombre dos órdenes, el de la persona y el de la naturaleza; correspondiente al orden de la naturaleza poseemos una voluntad natural que tiende hacia el sentido natural. 

Pero, ¿cuál es el “lugar del sentido natural”? Porque nos quedamos en definiciones algo abstractas que no nos dicen mucho para el día a día. Es necesario recordar a este punto que el sentido natural, al corresponder a la naturaleza humana, es común a todos los hombres y mujeres, por lo que no alcanzaremos la concreción que sí alcanzaríamos si tratásemos el sentido personal. Pero no obstante, hay que decir algo más acerca de esta voluntad natural que tiende hacia la plenitud del hombre en la culminación del sentido de la existencia humana. Máximo nos abre el camino hacia la comprensión del objeto de voluntad de la naturaleza: “la voluntad natural (…) es una potencia deseosa (…) de realizar su plena y natural entidad” (PG 091, 12CD) y “tiene por objeto dirigir la naturaleza hacia lo que es” (PG 091, 192B). Por tanto, aún no somos del todo según la naturaleza: el hombre debe realizarse naturalmente hacia un estado de plenitud natural. Ese estado de plenitud natural es la felicidad plena, y ésta constituye el lugar del sentido natural. 

Y ahora, ¿cuál es el “lugar de la felicidad”? 1) El amor, sentirse profundamente amados, conscientes de que hemos sido creados con una voluntad, y amar sin miedos a la creación entera. 2) La esperanza que, fortificada por la fe, trae a la presencia los bienes eternos aunque éstos estén ausentes (La esperanza y la presencia). La teología oriental nos ilumina con su distinción entre energías increadas de Dios y su esencia inefable. El amor, uno de los elementos presentes en el ejercicio del sentido natural, en latín se dice ‘caritas’, que a su vez está emparentado con el griego χάρις (járis), que significa gracia, en latín ‘gratia’, de donde viene nuestra palabra 'gratis'. La gratuidad es signo del verdadero amor, por eso Dios nos derrama sus dones de gracia por amor: las energías increadas. Sentir derramarse sobre nosotros sus energías es sentir la presencia de su amor incondicional. Las energías divinas son los bienes eternos que la esperanza, fortificada por la luz de la fe, trae a la presencia. ¿Cuáles son estos bienes eternos, estas energías divinas? Son los nombres divinos a los que Dionisio Areopagita se refería en su tratado Sobre los nombres divinos, formas de identificar a Dios por sus dones increados, por sus rayos de divinidad: el Bien, la Luz, la Belleza, la Verdad, la Vida, el Ser y todos los que la Sagrada Escritura le atribuye.

Concluyendo, el lugar del sentido natural son las energías increadas, que son venidas a nosotros por la gracia y en las cuales nos sentimos incondicionalmente amados, y que por la esperanza y la fe hacemos más presentes, más visibles, más palpables, hasta llenarnos de ellas y sentirnos plenamente realizados en nuestro sentido natural y, por tanto, plenamente felices.

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