domingo, 23 de agosto de 2015

El sufrimiento, la compasión y la culpa






“Aquellos que no conocen el sufrimiento, o que sólo de modo superficial se ponen en la situación del ser sufriente, tampoco pueden vivir en la realidad, sino sólo en un mundo ficticio.” (Lauth, R., p. 378). Lauth reflexiona con Dostoievski acerca del sentido del sufrimiento, tema sobre el que hemos reflexionado también en El sentido en el sufrimiento. En la reflexión de Lauth-Dostoievski se pone de manifiesto la importancia de las lágrimas para el conocimiento verdadero de la realidad. Éstas lavan y purifican la mirada, hacen caer las escamas de los ojos para que ya no vean la realidad según los ojos del mundo, sino mediante la luz de la fe. Esta luz hace que veamos la realidad transfigurada, tal como Jesús se apareció a sus apóstoles más cercanos en el Monte Tabor. De ahí también que el Papa Francisco haya pronunciado unas palabras muy sabias acerca del sufrimiento: “En ocasiones, los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas.” No obstante, lo que hoy clama mi atención sobre la reflexión de Lauth-Dostoievski es lo que refleja el pasaje arriba citado, es decir, las diferentes posturas frente al sufrimiento. O dicho con más precisión: la distinción entre la vivencia profunda de un hondo sufrimiento y la vivencia ficticia de tal sufrimiento por medio de la compasión. 

En el último siglo tenemos muchos ejemplos de sufrimientos extremos: grandes guerras, genocidios, bombas atómicas… Muchos son los ejemplos. Muchos lo vivieron y murieron, pero muchos también lo vivieron y sobrevivieron. Y hay otros muchos que sólo fueron sus contemporáneos, que lo presenciaron desde fuera y se sintieron horrorizados ante tanta barbarie. Lo interesante aquí es que, si nos detenemos en la observación de ambos, las respuestas ante tanto sufrimiento son distintas en función de haberlo sufrido en sí mismo o de haberlo presenciado desde fuera. Pensemos primero en aquellos a los que se refiere la cita que encabeza la entrada, los “compasivos”, los que, debido a su delicada inquietud, no vivieron estas tragedias por pasión, sino por compasión. Los hay que pensaron sobre el sentido del sufrimiento y esbozaron teorías propias. Adorno, Camus y Sartre son ejemplos de ello, además de una inmensa cantidad de pensadores postmodernos. Lo principal de sus teorías es un pesimismo respecto al sentido de tal sufrimiento. Según muchos autores que no estuvieron en un campo de concentración nazi pero que lo observaron con horror, el sufrimiento infligido sobre la población aniquilada no tenía sentido, no debía tener sentido. El sufrimiento no tiene sentido, y con ello también podemos llegar a la conclusión de que toda la existencia carece realmente de sentido. Ante la imposibilidad de reconocer un sentido en una barbarie de tal calibre, los pensadores del último siglo terminan negando el sentido de la existencia. 

Pero, si bien los que han observado el horror desde fuera no han podido dar crédito a tanto sufrimiento y han negado su sentido, muchos los que vivieron en sus carnes estas atrocidades sorprenden al afirmar el sentido de sus sufrimientos. Frankl estuvo tres años en el campo de exterminio de Auschwitz, dependiendo su vida de continuas selecciones y perdiéndolo todo: su familia, sus trabajos, su dignidad. Fiel a su disciplina de psiquiatra, Frankl se dedicó a observar la conducta de sus compañeros en el campo de exterminio y comprendió que había varias fases de adaptación al nuevo medio. Vio que al principio había un sufrimiento que poco a poco se convertía en apatía, una amarga sensación de que nada de lo que le rodea tiene sentido, y por tanto concibe la existencia como algo absurdo. No obstante, poco a poco volvieron a interesarse por la estética –un atardecer bello en el campo de exterminio-, la religión –realizaban reuniones religiosas de manera clandestina- y la política. Así, aunque no tenían satisfechas las necesidades “primarias” –una sopa fría al día y ropa insuficiente para mantener el calor corporal-, lo cierto es que dieron rienda suelta a sus espíritus. Si en estas reuniones de carácter religioso había lamentaciones como las de Job o Jeremías, lo cierto es que seguían manteniendo la fe en el sentido de la vida. Frankl, tras resistir y superar los tres años en Auschwitz, se convirtió en uno de los filósofos más destacados a la hora de afirmar el sentido último de la existencia. Edith Stein murió en las cámaras de gas de dicho campo de exterminio, pero durante esta agonía no cesó de infundir en sus prójimos la alegría de la esperanza. Igual Kolbe, que dio su vida por un prójimo en las cámaras de gas, mostrando así que, incluso en una situación tan aparentemente absurda, toda vida humana tiene sentido. Paradójico es también el caso de Takashi Nagai, un médico japonés que, poco después de habérsele diagnosticado leucemia, presenció la muerte de su mujer Midori y sus hijos en Nagasaki debido a la bomba nuclear lanzada por EE.UU. En el funeral por las víctimas de la bomba nuclear, Nagai pronunció este discurso: “Es evidente que existe una profunda relación entre la destrucción de esta ciudad cristiana y el fin de la guerra. Nagasaki era sin duda la víctima elegida, el cordero sin mancha, holocausto ofrecido sobre el altar del sacrificio, aniquilado por los pecados de todas las naciones durante la Segunda Guerra Mundial... ¡Debemos agradecer que Nagasaki haya sido elegida para ese holocausto! Debemos agradecerlo, porque a través de ese sacrificio ha llegado la paz al mundo, así como la libertad religiosa al Japón".

A los que no hemos vivido las experiencias de Frankl, Stein, Kolbe y Nagai, sino que la hemos contemplado horrorizados desde el exterior, este discurso de Nagai nos sorprende incluso negativamente. Nagai encuentra el sentido en la destrucción de Nagasaki… ¿acaso esta tragedia tiene justificación? Lo paradójico es que los que hemos vivido estas desgracias desde el exterior no podemos dar crédito a lo sucedido, mientras que las víctimas que han sobrevivido suelen alabar discursos como estos. El hombre que sufre la desgracia no por pasión, sino por compasión, puede llegar a entender que los que realmente la padecieron necesiten un cierto consuelo para no tener que aceptar la dureza de la realidad absurda de su sufrimiento. Eso estaría reflejado en el discurso de Nagai y en la defensa a ultranza que Frankl hace de la existencia real de un sentido para la vida. Sin embargo, el que no padece, sino que se compadece, no puede aceptar que lo ocurrido tenga un sentido. No puede asumir el discurso de Nagai. O más bien, no debe hacerlo. ¿Cuál es el origen de esta negativa? Los hombres que compadecen no han pasado por las fases de los que padecen, según las expone Frankl, sino que se quedan en el primer estadio de sensación de absurdo o en el segundo estadio de la apatía, y en consecuencia niegan el sentido. Y toda afirmación les parecerá una justificación de una destrucción injustificable. Pero lo que realmente les frena a la hora de aceptar el discurso de Nagai es la culpa, la culpa por haber contemplado el horror… y no haberlo padecido. 


Lauht, R., "He visto la verdad". La filosofía de Dostoievski en una exposición sistemática, Thémata, Sevilla, 2014.  

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