domingo, 1 de diciembre de 2013

El sentido, la libertad y la Providencia


 
Con la esperanza del triunfo final y definitivo del Amor, el cristiano vive en la confianza en la Providencia divina. Los Padres griegos usaban la palabra Προνοία, que quiere decir “visión anterior”, en alusión al conocimiento que Dios tiene de todo lo que va a suceder. Sin embargo, no hay que confundir Providencia con determinismo, esto es, el pensamiento de que el hombre está fatalmente predestinado, que todas sus actuaciones están prefijadas por la autoridad divina, no dejando hueco al ejercicio de su libertad. Por otro lado, esta ausencia de predeterminación tampoco conlleva la ausencia de un sentido que guíe nuestras vidas: el sentido, como fue señalado en El sentido en el sufrimiento y El sentido en el silencio, está ya ahí, es una vocación a la que debemos responder, bien acogiendo la propia misión o bien alienándose en otros asuntos mundanos. 

Depende, pues, de nuestra capacidad de recibir esa llamada. Pseudo-Dionisio explicaba que las energías divinas se derramaban sobre la creación, según la “maleabilidad” de cada ser, esto es, la capacidad de recepción que cada individuo presenta. Esta capacidad no tiene que ver con la naturaleza, sino con la persona: la capacidad de cada ser no está definida de antemano, sino que consiste precisamente en las elecciones que libremente va haciendo en el curso de su propia historia. Así, del mismo modo que el hombre puede, en virtud de su libre elección, hacerse receptivo a los dones de Dios –la Verdad, el Bien, la Luz, la Belleza, etc.-, así también puede hacerse receptivo al sentido. En función de la apertura a la trascendencia, de su capacidad de escucha y de su relativa independencia de las condiciones materiales de la existencia, el hombre puede asumir la propiedad de su ser, el sentido profundo de su existencia, y llevar a cumplimiento la misión que le ha sido otorgada. 

Dios nos ha creado con una voluntad, somos voluntades (λόγοι) de Dios, y esta manifestación de la Providencia divina no se percibe si no es a través de una visión universal de la propia existencia. Podemos ver los acontecimientos de nuestra vida en su inmediatez, pero de este modo no podremos descubrir el sentido que lo guía. Es conveniente observar estos acontecimientos en su conexión con el resto de sucesos que van formando nuestra biografía: en el camino hallamos el sentido. San Agustín veía los signos de la Providencia en su vida de este modo: veía un mosaico, y cada tesela parecía carecer de sentido en sí misma, pero una vez colocadas en su lugar correspondiente, pudo encontrar el sentido universal de su existencia particular. 

En relación con esta reflexión, y para los que aún quieran seguir leyendo y tengan tiempo, quiero recordar un cuento que no hace mucho leí en un libro de historias para niños… o adultos llenos de fe. Nos muestra que nuestra vida tiene un sentido, que no podremos entender en la inmediatez de los sucesos, sino a lo largo del camino, hasta al final ver su cumplimiento. Nos enseña que no nos debemos desanimar ni deprimir –ver lo inmediato como universal-, sino que debemos cultivar la esperanza y confiar en la Providencia de Dios. He aquí el cuento:

TRES ÁRBOLES Y TRES MISIONES


“Por más que las apariencias intenten mostrar lo contrario, somos llevados por Dios a cumplir la misión que de Él recibimos. Esta verdad se refleja de modo sorprendente en la historia de los tres árboles.

·         Tres grandes aspiraciones.

En la colina de un bosque se encontraban tres arbolitos que crecían en dirección al sol y allí conversaban sobre sus sueños y aspiraciones. El primer arbolito miró a las estrellas y dijo: “Yo sueño ser un cofre para guardar tesoros: oro, plata y piedras preciosas.” El segundo deseaba ser una poderosa embarcación, donde viajasen reyes y grandes personalidades a través de los mares. “Pues yo –dijo el tercero- deseo crecer y crecer, ser el más recto y alto de los árboles del bosque, de modo que todos los que me vean en lo alto de esta colina piensen en Dios. Quiero ser el mayor de los árboles de todos los tiempos y estar siempre en la memoria de los hombres.”

·         Tres amargas decepciones

Durante muchos años llovió, el sol brilló y los tres árboles crecieron. Un día tres leñadores subieron a la cima de la colina. Miraron para el primer árbol y uno de ellos dijo: “¡Qué árbol tan hermoso!” Y lo cortó para vender la madera a un carpintero. El árbol estaba feliz, pues sabía que el carpintero podía convertirlo en un cofre de tesoros. Otro leñador examinó el segundo árbol y dijo: “¡Este árbol es muy fuerte y me viene muy bien! Se lo voy a vender al carpintero del puerto.” El segundo árbol también se quedó muy feliz, al darse cuenta de que estaba a camino de convertirse en un gran navío. El tercer árbol, sin embargo, se entristeció cuando el último leñador se le aproximó, pues sabía que si lo cortaban su sueño nunca se haría realidad. 

El primer árbol fue convertido en una batea y puesto en un establo donde el ganado iba a comer. El segundo fue transformado en una insignificante embarcación, tan pequeña que no podía navegar en alta mar. ¡Triste fin para un sueño tan grandioso! El tercero, después de ser talado fue cortado en pesadas tablas y guardado en un depósito. 

·         Tres realizaciones espléndidas

Pasaron los años. Un día se resguardaron en un establo un hombre y una mujer de sublime aspecto. Ella dio a luz a un niño resplandeciente de hermosura y lo colocó en el pesebre hecho con el primer árbol. Éste entonces se alegró al saber que estaba sosteniendo al Niño Jesús, el mayor tesoro de la Historia. 

Años después, algunos pescadores navegaban en la barca construida con el segundo árbol. De repente una tempestad puso en peligro la vida de los navegantes. Mas uno de ellos se levantó y dijo: “¡Cálmate!”, y la tormenta cesó al instante. En ese momento el segundo árbol se estremeció de alegría, al percibir que transportaba al Rey de los Reyes. 

No mucho tiempo después, en un triste viernes, un hombre de semblante divino tomó las tablas del tercer árbol y las cargó por las calles mientras otras personas lo insultaban y golpeaban. Se detuvo de su trayecto en una pequeña colina, donde aquel hombre fue clavado en aquellas mismas tablas y suspendido sobre ellas, murió. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta de que, erguido sobre la colina, estuvo tan próximo de Dios como nunca pudo imaginar, pues Jesús había sido crucificado en él. 

·         Moraleja de la historia.

Incluso cuando todo parece contrariar tus mejores esperanzas, no te olvides de que Dios tiene un plan para ti. Pon en Él tu confianza. Acuérdate de que cada árbol vio superiormente realizada su buena aspiración, aunque de modo diferente de cómo lo imaginaba.

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